viernes, 12 de junio de 2009

UNA MILÉSIMA DE SEGUNDO

Una película de reciente estreno me ha invitado a preguntarme ¿cuánto tiempo tardo yo en enamorarme? ¿Sigo alguna norma o patrón? ¿ Soy de arrebatos e impulsos? O, por el contrario, ¿tiendo a enredarme poco a poco embriagada por detalles milimétricos? ¿Podría calcular la media aritmética del tiempo que ocupé en arrastrarme a las experiencias de embeleso acumuladas? ¿Habré batido algun récord? ¿Habrá algun ranking o clasificación mundial?

Temporalizaciones a parte, tanto el flechazo como el enamoramiento cocido a fuego lento presentan sin duda síntomas similares y, éstos sí, universales. Síntomas, por cierto, que no conocen edad ni se presentan en formatos distintos por mucho que envejezcas, te entrenes o te intentes inmunizar.

Tiene su gracia el hecho de que el enamoramiento, suela ser fuente de belleza exhultante, buen humor, generosidad y energía desbordantes y pérdida del apetito (porque, en esos días lo único que te comerias es, precisamente, al sujeto que unduce a tal emoción), con la consecuente mejora del tipito.

Pero, cuidado!!! Reacciones contrarias e inversamente proporcionales las genera el desamor o desenamoramiento. A saber: hambre voraz, mala leche, odio generalizado e intolerancia con el entorno y sus gentes y pérdida absulta del interés y el gusto estéticos que, en la fase más aguda de la crisis, provoca optar por vestirse las peores y menos favorecedoras piezas del "fondo de armario".

Creo que, a diferencia de la dificultad que supone responder a la primera pregunta de mi relato, si de lo que se trata es de cronometrar cuánto tiempo ocupa el acto de desenamorarse, esta respuesta es muuuucho más fácil de concretar.

La respuesta es: una milésima de segundo.

¿No te parece?

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