domingo, 25 de octubre de 2009

SUSPENDER EN SUSPENSO

El otro día le explicaba a alguien que me conoce poco que he empezado un nuevo curso en la universidad. Pronto me preguntó si, de joven, era la típica empollona, y si lo sigo siendo.

Quien me conozca de tiempo, sabe perfectamente que nunca fui la mejor de la clase. Ni la segunda mejor. Como mucho me situé a mitad de tabla... y a temporadas.
Suspendí, me suspendieron y hasta repetí un curso.
También me expulsaron algunas veces por acumulación de trajetas (varias amarillas, supongo y, finalmente, la roja) y fueron las habilidades mediadoras de mi madre, que no mi arrepentimiento, las que consigueron mi readmisión.

De todas formas no tengo mal recuerdo de mi experiencia escolar, ni de la básica, ni del bachillerato.
En el colegio de monjas al que fuí (la friolera cifra de 13 años!!!) lo pasé bien.
Jugué y reí mucho. Hice amistades que aún conservo y tuve un profesorado diverso (señoritas, jaja) que me permitió saber diferenciar a la buena maestra y buena persona, a las que escuché atentamente y recuerdo con cariño, del nefasto docente de las que tendí a escabullirme y rechacé, y los que actualmente detecto con facilidad porqué tienen los mismos gestos y haceres de entonces.

Así pues, mi relación de placer por aprender se sitúa justo a partir del momento en que empecé a estudiar sin temor a suspender. Desde el momento en que separé el estudiar del premio o del castigo.

Creo que toda persona quiere conocer, aprender y saber, porque creo que es intrínseco a la especie. Pero eso pasa hasta que se suspende - te suspenden- por primera vez. Y más aún, cuando ese suspenso se repite una segunda, y una tercera, y una cuarta vez y si, al final, se identifican el uno con el otro y pasa a ser el resultado previsible a la pervertida curiosidad.

La escuela (la educación) que aprueba y suspende, confunde lo que vales con tus resultados. Y en el mejor de los casos se forman acumuladores obsesionados con los éxitos cuantificables. En el peor, es el abandono y la conciencia de "fracaso" la que se forma.
Así pues, es desde la cuna que se selecciona personal y hasta los departamente de recursos humanos, en forma de nota, puntuación, mérito...

Es terrorífico el concepto de "fracaso escolar".
El niño o la niña que vive y siente la experiencia del fracaso, desde ese lugar, desde le sentir, ya en la escuela (incluso primária) puede asumirse como fracasado desde entonces, identificando que sólo se es querido (amado) en la medida del triunfo que se pueda contar y medir.

Creo firmemente en que estimular el placer por el conocimiento, el querer saber, el querer aprender, es la clave para reducir el fracaso (y los fracasados y excluídos).
Y ésta es una clave que, por supuesto, sólo se transmite desde el amor y el apoyo incondicional y nunca desde la obsesión por el resultado.

Porque el resultado es el placer en sí mismo. Un placer que no es ni medible ni cuantificable ni evaluable como apto o no.

1 comentario:

  1. Hola Ros.Me acabo de abrir un blog y todavía estoy verde verdísima entrando en su funcionamiento, y por casualidad(si es que las casualidades existen)encontré el blog Art caffé con fotos de mis pinturas y amables comentarios tuyos y de su autora, así es que me he venido ya como incipiente blogera a ver el tuyo.
    Un abrazo.
    ¿Como se puede cambiar el nombre, porque puse para entrar el que tengo en el correo "carfemenia" pero me mola poner otra cosa un poco menos prosaica,jeje.

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