viernes, 17 de julio de 2009

PRIMERO FUE EL CONCEPTO. LUEGO LA PALABRA

La Real Academia de la Lengua Española actualiza y da a conocer los vocablos y definiciones que acepta como correctos e incluye en su diccionario.
Entre los años 2004 y 2006 fueron nada más y nada menos que más de 4.600 conceptos los que se sumaron, suprimieron o sufrieron enmiendas en el castellano.
Según una lista de ejemplos que hizo circular la Academia, en el campo de la informática ya son de uso común vocablos como “bajar”, “descargar”, “navegador” o “colgar”.

Esta modernización y adaptación conceptuales no sólo se da en el ámbito tecnológico, que podría parecer lo más normal por sufrir avances vertiginosos, sinó que se adaptan otras secciones como la del léxico legal, el médico, en lenguaje de las ciencias físicas y químicas y hasta se incorporan expresiones y vocablos en el lenguaje más popular.
Sirvan de ejemplo expresiones particularmente españolas, como “perder aceite” (que en España se usa para referirse a quien muestra maneras de homosexual), o palabras como “airbag”, “canguro” (persona que cuida niños) o “costo” (hachís).
También se han incorporado voces coloquiales como “animal de bellota”, “cobardica”, “fisio” “modernez” o “neura”.
Curioso es, por tanto, encontrar comunidades dónde algunas palabras (y su valor conceptual) usadas habitualmente e interiorizadas en nuestro lenguaje desde la infancia, no existan y carezcan de valor y significado.
Este es el caso de algunas comunidades patagónicas, que se organizan en clanes y famílias y donde no tienen palabras para referirse a conceptos tan comunes como "guerra" o "conflicto".

¿Para qué darle una palabra a algo que no existe?

Me parece alucinante y maravilloso.

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