jueves, 26 de marzo de 2009

ESTEREOTIPOS Y CLICHÉS

La semana pasada, y en el ejercicio de mis responsabilidades laborales, asistí a una sesión de trabajo en la que dos profesionales explicaban el proyecto que llevan a cabo desde hace unos años. Forman parte del equipo psicoterapéutico que trabaja en el Servicio de Atención a Hombres que Maltratan. Hombres que ejercen violencia machista sobre sus parejas.

Explicaron las condiciones de acceso, la metodología y fases de trabajo, dieron datos y cifras.

Pero también inistieron en que los que allí estábamos, todos profesionales de los ámbitos social y sanitario, huyéramos de perfiles estándares, de estereotipos sociales y comportamientos cliché.

El imaginario nos lleva a sospechar del "typical spanish" descamisao y enjoyado, del que grita habitualmente y del que camina unos pasos por delante de su compañera.
(Ese, seguramente, no se caracterizará por la ternura y las buenas formas, pero al verlo venir...aún que te preparas)

Los profesionales que narraban su larga experiencia, insitieron en que incluyéramos en el perfil, e imagináramos también, al ejecutivo perfumado, al que hace la compra y tareas de casa y sale a enseñar a los niños a montar en bici, al que cocina y charla animadamente con los amigos y debate y se escandaliza de las víctimas de fuera...

Las víctimas de fuera no són SU mujer. Sobre las otras, seguramente dudará de que alguien tenga derecho a ejercer la fuerza. Otra cosa es qué pasa en la intimidad y qué violencia se permite ejercer...tras su aspecto moderno y progresista. Sobre la que le acompaña cada día y no le da lo que espera y como espera puede caer alguna (o muchas) bronca, insultos, desprecios sistemáticos y agresiones.

Lo terrible del machismo es que está impregnado y se transmite y reproduce desde el inconsciente. Hace falta pensar mucho y cuestionarse los modelos sobre los que crecimos. Las mujeres y los hombres deberíamos cuestionar y transformar esos modelos. Cuestionar el modelo patriarcal sin tregua y revisar(SE) constantemente los límites (que invado y me invaden) y entender que nadie está sobre nadie.

A veces, pequeños gestos, expresiones incorporadas y aceptadas por nuestros oídos sin más, són indicadores de esa gran diferencia con la que aún convivimos en el trabajo y en casa, con los amigos y por la calle.

No quiero ver fantasmas donde no los hay ni andar con la guardia en alto sín razón, todo lo contrario. Pero tal vez estés de acuerdo conmigo en que, en más de una ocasión, has debido escuchar (o aceptar) comentarios y comprotamientos que te hacían pensar: ¿se le diría y haría lo mismo a un hombre?.

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